jueves, 15 de marzo de 2012

No me interesan los desnudos, son demasiado pretenciosos, lo que de verdad me interesa es la piel.






M.Dorleac

Me interesa la piel y todo lo que en ella se pueda leer.
Las marcas que dejan unas medias en la cintura, o unos calcetines en los tobillos. O las sábanas en la cara aquel día que habrías preferido no levantarte y quedarte bien tapada hasta que el sol derritiera la nieve que supuestamente había caído. Pero no te lo podías permitir y además tenías que salir de casa pitando y sin desayunar por el puñetero miedo que tienes a perder trenes y aviones. Supongo que los miedos son así, que uno se debería estudiar mucho a uno mismo para saber de dónde vienen y poder vencerlos. (Lo que todavía no entiendo es que, a pesar de no haber urgado en éste en concreto, no desaparezca después de tantos largos ratos de plantón en andenes o en salas de espera en múltiples terminales X de aeropuertos minúsculos y perdidos entre campos poblados únicamente por vacas. “Nunca más cogeré un vuelo de Ryanair”. Mentira.)
Hay muchos tipos de marcas. Por ejemplo aquellas que te dejó en la tripa, en la nuca y detrás de las rodillas aquel señor semi-invisible al que una vez denominaste “pequeño imprevisto”. Recuerda que tardaste años en dejar de verlas y que llegó un momento de desesperación en el que el proceso parecía no acabar nunca. O la que tienes ahora mismo en la rodilla. Impresiona bastante (es multicolor). Menudo batacazo os pegasteis el viernes. Que las pocas personas que andaban por la calle a aquellas horas a pesar del frío polar, se pararan para ver si todo estaba bien, parece ilustrar perfectamente la magnitud de la caída.
Tal vez también fue multicolor.
Una vez tuve una profesora de dibujo que nos obligaba a hacer grisallas sobre un papel canson rugoso que yo odiaba. Sacábamos una regla y organizábamos el espacio con una precisión exacta (cosa que también odiaba, qué queréis que os diga, prefiero el caos y los dibujos a mano alzada). Hacíamos un rectángulo alargadísimo que dividíamos en celdas de 5cm de ancho. La primera era de un blanco puro, de un blanco luminoso. Y la última del negro más oscuro que podíamos conseguir con aquel carboncillo largo y grueso que vendían en la tienda de la facultad. “Entre el blanco y el negro hay gran cantidad de grises. Debéis esforzaros en encontrar al menos, veinte”.
El pequeño imprevisto tardó mucho tiempo en desaparecer, y el cardenal de la rodilla tal vez se quede contigo unas semanas, pero es que no se puede pasar de un estado al otro con tanta facilidad, se tienen que trabajar bien las gradaciones. Se tiene que saber disfrutar de los grises.

Siri Hustvedt@Paula Bonet

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