MARTA-DORLEAC

Todas las evidencias apuntan a que las personas sienten preferencia por el infortunio como principal estímulo a la hora de establecer una interacción casual.

Por ejemplo:

Si uno llega empapado y jadeante a la parada de autobús, sorprendido, digamos, por uno de esos aguaceros post-primaverales y se dirige al resto de pacientes conciudadanos en términos tales como "vaya, la que está cayendo" u "ho

stia puta", es muy probable que obtenga más de un sincero gesto de asentimiento. 

También entra dentro de lo posible que algún estoico abuelete lo inicie en el conocimiento de los ciclos naturales con una referencia dactilar a los vencejos y el modo en que, en su vuelo, es posible advertir los arrebatos climatológicos. O incluso echar el resto y dar comienzo a toda una superproducción vital haciéndose humildemente a un lado y ofreciendo a un completo desconocido un pedacito de paraguas.

En cambio, si en una de esas tardes anaranjadas y temblorosas en las que uno va como mecido por una suave brisa que le acaricia juguetonamente los pelos de los brazos, confiado, agradecido a la brisa y a la vida y, en consecuencia, decide confesar delante de toda la cola de viajeros que el mundo es tan hermoso que duele, es prácticamente seguro que en menos de cinco minutos se presentará allí una jodida ambulancia del Samur Social.

He consultado diversos tratados sobre la materia y, sí, todos los espertos coinciden en afirmar que los seres humanos se unen principalmente en la desdicha y -lo que es más intrigante- pocos de ellos obtienen de esta manera la felicidad.

¿Alguien sabe algo de este asunto?

J.M.Campos